Tras el reconocimiento por
la ONU de Palestina como Estado observador, parece haberse dado un gran paso
hacia la consecución de un Estado soberano de pleno derecho. Sin embargo,
Israel no ha enviado flores de felicitación a Mahmud Abbas por su éxito, por el
contrario los judíos de Israel van a construir más asentamientos coloniales en
Cisjordania y, además van a embargar a los palestinos, el dinero que reciben de
los tributos que recauda en su nombre el Estado de Israel.
Respecto a esos
asentamientos para población judía construidos en territorio ocupado, uno
siempre se ha preguntado cual es la procedencia de esa población, si vienen de
Israel a ocupar su segunda vivienda tras un discontinuo boom inmobiliario, o se
trata de coyunturales olas de judíos perseguidos en algún lugar del planeta o,
más bien, de un boom demográfico que hace aumentar desmesuradamente la
población en Israel haciendo la vida allí casi insoportable. Alguien debería
explicarlo. Lo único que demuestra es que Israel no suelta la presa, bien
atrapada entre sus dientes.
Habrá quien diga, que los
hay, sobre todo en el medio académico universitario de nuestro país, que los
palestinos tuvieron su oportunidad y no la supieron aprovechar, al no aceptar
en 1948, compartir su propio territorio con una población extranjera, de
religión judaica, que huía del exterminio que se le había causado en Europa por
los alemanes. La verdad es que era para ponerse de los nervios ante tal
perspectiva, a pesar de ser los palestinos junto a sus vecinos de la zona, una
población acostumbrada durante siglos al dominio y ocupación por el Imperio
otomano. Desde el siglo XVI, los árabes habían soportado a los turcos y, que se
sepa, sin dar muestras de disconformidad. Pero, alto ahí, con los judíos no,
eso de que entraran en sus propias casas para desalojar de ellas a los
palestinos, ni hablar. Y claro, es ahí donde, según los que culpan a Palestina
de no haber aceptado la partición, está el error palestino. Tenían que haber
tragado el sapo y no liar una guerra contra los invasores. Son los mismos que
culpan a Palestina de no haber aceptado proclamando que es en ese punto donde
empezó el desastre que llega hasta hoy: en 1948. Luego vendría 1967, y 1972, y
la Intifada y todo lo demás. Y de todo, la culpa es de los palestinos, por no
querer compartir su casa con los extranjeros, con gentes que huían del
Holocausto cuando éste ya había concluido y dado a la luz. Los judíos podían
haber hecho otra cosa: quedarse en sus países de origen y ayudar a la reconstrucción
una vez acabada la guerra en lugar de huir.
Hay que decir a los que culpan a
los palestinos de que todo el conflicto empezó en 1948 que ya desde finales del
siglo XIX, existía un interés en asignar esas tierras de Palestina a los
judíos, buena prueba de lo cual es la creación del movimiento sionista por obra
de Theodor Herzl, como reacción a la corriente antisemita que corría por Europa
de la que el caso del capitán judío Dreyfus es buena prueba. Ese antisemitismo
fue el que impulsó a Herzl, un
austro-húngaro, a convertirse al judaismo y empezar a pensar en la necesidad de
crear un Estado judío, preferentemente en Palestina ya que, para él, era
inviable la asimilación de los judíos en las culturas y naciones europeas. Ese
llamamiento del movimiento sionista, era el que reivindicaba el retorno a la
tierra de sus antepasados, apoyándose en el mito de que se trataba de una
tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra. Por tanto, parece claro que no en
1948, sino más de cincuenta años atrás, existía ya la idea de trasladar a los
judíos a Palestina a lo cual también contribuyó la promesa que los británicos
hicieron a la Federación Sionista por medio de la Declaración Balfour en 1917,
de crear un hogar nacional judío en Palestina, de cuyo impacto en la población
se supo tras investigaciones realizadas entre la población autóctona. Un
impacto que era claramente hostil al programa sionista, cuestión ésta que es la
que mantenía más unida a la población palestina. Se trataba así, de imponer a
un pueblo contrario a tal medida, una inmigración judía ilimitada, lo que
suponía una violación flagrante de los derechos de los pueblos a decidir por sí
mismos.
Todo ello llevaría a que en
1948, hubiera un nacionalismo palestino que, además sirvió de catalizador
incluso, de un nacionalismo árabe transnacional. El problema palestino, nunca
ha sido el drama de un pueblo de refugiados, sino un problema de ocupación
militar hecho por Israel durante las guerras de 1948 y 1967 y que el Estado
hebreo se niega a deshacer. Igual que se ha negado siempre a aceptar las
resoluciones de la ONU, para lo que siempre ha tenido el apoyo de EEUU y de
Alemania, eternamente deudora de Israel.
Una vez repasados los
antecedentes a 1948, es difícil aceptar que fuera en esa fecha cuando se
iniciara el conflicto y, además culpar a los palestinos por no aceptar
compartir su territorio con unos extranjeros y no ver el origen de todo en la
implantación forzada de una inmigración judía con un proyecto estatal bajo el
brazo. Por tanto, no creo que se pueda acusar de antisemitismo, denunciar la
complacencia con la que la comunidad internacional ha dejado a Israel campar a
sus anchas desde 1967, sin presionarles para que cumpliesen los mandatos de la
ONU.
Ya
por último, el desenlace final que está teniendo el proceso, viendo a la
Autoridad palestina pedir a la ONU su inclusión como Estado observador, puede
que sirva a quienes de siempre han culpado a Palestina de no aceptar la
partición en 1948, para que digan que para ese caminar no hacían falta
alforjas, cuando están reclamando la soberanía de unos territorios desmembrados
y muy inferiores en extensión a los que hubieran obtenido de haber acatado el
mandato de la ONU hace sesenta años.